viernes, 16 de diciembre de 2016

"...no me acaba de quedar claro..."

Estamos poniendo en marcha un movimiento que se llama Lliures ("Libres"). Pretende representar a personas de pensamiento liberal y humanista. En los diferentes encuentro que celebramos para divulgar el proyecto, veo reiterado este interrogante: "Entiendo eso de "liberal", pero lo de "humanista"... no me acaba de quedar claro."

Desde que empecé a participar en política (siendo muy jovencito), he sido una persona de perfil humanista en fuerzas políticas de carácter liberal.

Entré en CDS, el partido del ex-presidente Suárez, imbuido en las lecturas de Mounier y otros clásicos del personalismo comunitario. Participé después en un pequeño grupo liberal liderado por Juan Pina, ex-vicepresidente de la Internacional Liberal. Allí me tocó exponer la postura clásica del humanismo integral frente a otras visiones del ser humano (en la senda de Ayn Rand y el libertarianismo, etc.) muy distintas a la mía.

Estoy acostumbrado pues a explicar a personas que se entienden liberales los aportes del humanismo y la necesidad de viajar en el mismo tren. Intentaré hacerlo aquí lo más sucintamente posible.

La premisa es la humildad. El pensamiento liberal tiene fallas. Desde finales del siglo XX se ha articulado una crítica al liberalismo basada en la interpretación del ser humano como un ser social, constructor de / construido por comunidades de personas. Como toda crítica, su objetivo prioritario no es presentar una alternativa sino corregir los errores cometidos.

El humanismo considera al ser humano más allá del individuo y lo entiende como ser social. No se trata de una versión digerible, en sociedades laicas, de la vieja democracia cristiana. De verdad que no es eso. No es banderín de enganche para meapilas en proceso de reconversión.

El humanismo se plantea la inmensa tarea de enmendar la plana a un liberalismo más comprometido con la neutralidad que con la virtud, y devolverle así su carácter transgresor y en cierto modo contracultural. Haciendo de la persona la medida de todas las cosas, de toda política, denuncia la aceptación acrítica de las injusticias se amparen en la excusa ideológica que se amparen.

Veámoslo con dos ejemplos. En un partido liberal se presentó durante su congreso la propuesta de prohibición de la selección española de fútbol, su disolución, con el argumento que se trataba de una institución estatista. Evidente que los defensores de esta idea no conocen bien cómo es el ser humano. Otro tanto puede decirse de aquéllos a los que la luz de la libertad les ciega en su valoración equilibrada de los naturales sentimientos religiosos, nacionales, etc.

Un segundo ejemplo habita en las declaraciones triunfalistas ante los datos macroeconómicos, mientras sigue habiendo personas en pobreza (y a veces pobreza severa) viviendo a nuestro lado. O el empecinamiento en la ortodoxia liberal por encima de soluciones pragmáticas por temor a la incoherencia doctrinal. Todo ese sometimiento a un esquema rígido de pensamiento es criticado desde el humanismo cuando no redunda en beneficio de las personas, y en especial cuando es ciego a los privilegios (efectivamente, muchas veces privilegios estatistas) que impiden la liberación de las energías que potencien a quienes han quedado descolgados del sistema.

En definitiva, el humanismo ejerce el complemento crítico necesario para que el mero liberalismo no acabe dando la razón al socialismo rancio en su órdago total a nuestro sistema de libertades. Y al decir socialismo, lo mismo podríamos decir del populismo neofascista. Es por eso que la confluencia del humanismo en una fuerza liberal es la verdadera garantía para la libertad y prosperidad de todos.

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