lunes, 14 de noviembre de 2011

Pan comido

Siempre que veo en la red alguna foto de Desmond Tutu con  el Dalai Lama me da la impresión que son propietarios de una misma sonrisa. En medio de la lucha pacífica contra gobiernos represores, el Lama y el arzobispo Tutu conservaron el aplomo y la tranquilidad de aquéllos que confían plenamente en el triunfo del Bien.

¿Existe alguna explicación racional para el atrevimiento de Tutu, un hombre de poco más de metro y medio, en su lucha contra gigantes tan terribles como el racismo, la violencia y las desigualdades injustas? Y aún más: ¿cómo se puede librar esa batalla con una sonrisa en los labios?

Paul Ekman y un equipo del Centro médico de la Universidad de California descubrieron que la práctica de la meditación ayuda a domesticar la amígdala y nos hace más felices. La amígdala es la zona del cerebro donde se almacena el recuerdo del miedo en la memoria. Cuando la amígdala está bajo control, las frustraciones y los imprevistos de la vida ya no se asocian con el miedo. Por eso aquellas personas que acostumbran a meditar regularmente son seres humanos más felices.

¿Habéis visto la sonrisa del Dalai Lama? No es el resultado de convenciones sociales o culturales, realmente está poniendo de manifiesto un estado de ánimo auténtico: es un hombre feliz. Por cierto, como también podríamos serlo los cristianos si cultivasemos nuestra vida de oración.

Cuando guardamos un fuerte recuerdo del miedo en la memoria nos transformamos en esclavos de ese recuerdo. Reaparece ante cualquier imprevisto para impedirnos alcanzar nuestras metas. No se trata del miedo lógico que sentimos ante un peligro racional sino de algo mucho peor. Recordamos un miedo que experimentamos en el pasado y nos bloqueamos ante cualquier cosa que nos lo recuerde, aunque no exista peligro alguno.

Nada produce más miedo, terror incluso, que la derrota y el fracaso. Por eso muchas personas se bloquean ante cualquier reto que la vida les presenta, porque lo asocian con uno de sus terrores sufridos de forma más angustiosa: el miedo al fracaso.

Todos hemos visto alguna vez a los elefantes en el circo con una de sus patas encadenada a una pequeña estaca. Son enormes, fuertes y resistentes, pero no hacen nada por desprenderse de sus cadenas. ¿Acaso no podrían soltarse usando toda su fuerza? Por supuesto. ¡Estamos hablando de una pequeña estaca! Así que un elefante podría liberarse de eso y más. Pero algo ocurrió en el pasado.

Siendo aún muy pequeño el elefante fue encadenado a esa estaca. Durante días y días luchó por liberarse pero no podía, era aún muy joven. Se removía con fuerza pero sus esfuerzos eran inútiles. Un día el elefante se rindió, aceptó la mentira de que nunca podría liberarse y no volvió a intentarlo.

El elefante conserva la memoria de sus fracasos y, cuando los recuerda, siente un miedo paralizante que le impide luchar.

Mi amigo David Shön Núñez Rossi no deja de impresionarme. Sigue perfeccionando su número de trapecio con sólo 15 años. Sé que llegará lejos en el mundo del circo, tiene la osadía y la disciplina que hacen falta.

Se lanza al vacío como si volara, se sostiene solamente por los pies y luego desciende a la pista con una sonrisa. Cuando veo lo que es capaz de hacer y cómo lo hace, me acuerdo de Tutu, el Lama y la amígdala.

David está en su papel: es una estrella del circo. Sale a la pista concentrado, consciente que una vez más podrá lograrlo y, entre fuerte aplausos, día a día lo consigue.

Podemos vencer al miedo paralizante, encontrar felicidad en los retos de la vida y hacer más felices a los que nos rodean, si antes que nada nos concentramos y derrotamos a nuestros enemigos interiores.

Lo demás, y no es broma, es pan comido.

            

5 comentarios:

  1. Pues tendremos que seguir pensando y pensando, y alcanzaremos felicidad

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  2. Pues parece que sí: debemos dejar de proecuparnos y pensar sin limitaciones.Pasar cuentas sin pasar miedo. Aceptarnos para progresar.

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  3. (El comentario de antes es mío aunque esté firmado como "Anónimo", soy Rafa Arencón)

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  4. He tenido tres reuniones largas con el Dalai Lama, por motivos periodísticos, y puedo dar fe de que esa actitud sonriente y jovial es auténtica. Cuando hablas con él te mira directamente a los ojos y nunca se sitúa un milímetro por encima tuyo. La cuestión de la confianza en el triunfo del bien es algo a lo que se refiere a menudo. Leyendo tu artículo pienso que lo contrario del amor no es el odio sino el miedo, que cierra nuestros corazones, nos paraliza para la acción y hace que nos centremos en nuestras pseudonecesidades egoístas en lugar de compartir la esperanza confiada con los demás.

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  5. Tú lo has dicho Gabriel, has resumido mi artículo en pocas palabras. Muchas gracias por compartir tu experiencia con el Dalai Lama!

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