lunes, 5 de diciembre de 2011

Modernidad (I)

Cuando en 1498 los portugueses llegaron a la India, y en particular al estado de Kerala, quedaron sorprendidos. Como muchos grandes imperios, sus expediciones militares o comerciales tenían un aroma también religioso. Era la motivación o excusa para justificar, en base a la voluntad divina, muchas empresas.

Sin embargo, en Kerala había encontraron muchos indios convertidos al cristianismo. Es más, aislada del resto de la cristiandad existía allí una potente Iglesia cristiana con 1500 años de existencia: la Iglesia de Mar Thoma (del apóstol Tomás).

Muchas leyendas sobre reinos cristianos ocultos había recorrido la Edad Media. Se les localizaba en el corazón de Africa o en remotos parajes asiáticos. Pero aquí no había un reino idílico sino una Iglesia bien activa y organizada.

La sorpresa de los portugueses se tornó perplejidad cuando empezaron a conocer más profundamente aquella Iglesia del apóstol Tomás. Sus sacerdotes estaban casados, no había imagen alguna en las paredes de sus templos. no sabían nada de doctrinas como la transubstanciación, el purgatorio o la confesión auricular. Sin embargo, la esencia de sus credos era exactamente igual a la de las Iglesias cristianas occidentales.

Cierta  modernidad en la que estaba entrando Europa en ese siglo XVI de la mano del cristianismo protestante la habían alcanzado ya en la India muchos siglos antes. ¿Cómo lo habían logrado? Bueno, del mismo modo que en Europa: acudiendo a los originales en lugar de a las copias. La Iglesia de Mar Thoma no elaboraba doctrinas, le bastaban los Evangelios. No aplicaba su creatividad a construir dogmas o levantar complejas estructuras eclesiales, sino a buscar formas signficativas de compartir las buenas noticias con su pueblo (mayoritariamente hinduista).

No estoy inventando una imagen idílica de aquella Iglesia. Sé que tenía (y tiene) muchos de los problemas y defectos que todos los colectivos humanos acostumbran a tener. Pero su historia certifica una mensaje bien actual para nosotros, intuido ya en la Reforma religiosa protestante: el secreto de la modernidad se esconde en la fidelidad a los orígenes.

Vale la pena desarrollar este argumento en una futura entrada.

1 comentario:

  1. Este artículo me recuerda una pregunta impactante de Raimon Panikkar: "¿Es necesario ser espiritualmente semita para ser cristiano?" Y otras preguntas que yo mismo me hago, no menos inquietantes: Si las conclusiones sobre los dogmas que han establecido los concilios son, en el mejor de los casos, resultado de votaciones por mayoría, ¿son relativas a la fe cristiana o a determinadas relaciones de fuerza en las políticas humanas? O bien: en los Credos no se encuentra una sola palabra de lo que Jesucristo predicaba sino las que una asamblea de hombres decidió que eran pertinentes sobre su Persona y significado. ¿Pueden dar cuenta, por tanto, de lo que los cristianos verdaderamente creemos?

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