viernes, 21 de junio de 2013

Servidumbres geoestratégicas

El siempre polémico Pedro J. ha recibido recientemente el Premio de la Fundación Dwight D. Eisenhower en USA.

No cabe duda que el general fue un gran defensor de las libertades. Yo mismo soy un gran admirador suyo. Liberó a Europa del nazismo, defendió el derecho de la población negra de USA a educarse en centros escolares integrados y se opuso a la paranoia macarthista.

Sin embargo al enfrentarse al totalitarismo soviético dio oxígeno, por motivos geoestratégicos, a la dictadura de Franco. Oxígeno, mantequilla, leche en polvo...

Pedro J. en su discurso de aceptación del premio describe este hecho como un primer paso en la liberalización del régimen. El apoyo de Eisenhower a Franco y la entrada de España en la ONU son para Pedro J. casi el inicio de la recuperación de nuestras libertades... 

No puedo evitar pensar en la soledad de un veterinario de prestigio, gran intelectual y mejor persona, D. Félix Gordón Ordás. 

En esa década de los 50 era el presidente del Gobierno de la República en el exilio. 

Nunca pudo volver a su amado León. 

Hombre de familia muy humilde, sus proyectos para abordar modernamente la problemática de la ganadería en España habían causado burlas en sus compañeros de gabinete (personas elitistas, desconocedoras de los problemas del campo). 

Profundamente espiritual, le tocó lidiar con una Iglesia católica que le caricaturizó como un contumaz ateo, cuando no lo era en absoluto, por su defensa de la laicidad del Estado.

Ideológicamente siempre fue fiel a un liberalismo avanzado, de progreso (el del Partido Republicano Radical Socialista que él mismo contribuyó a fundar).

Hablaba ayer con un amigo sobre el fracaso de las experiencias del liberalismo organizado en España. 

Entre los países mediterráneos sólo Italia pudo articular un liberalismo (en versión La Malfa, Panella o Bonino) con cierta relevancia y continuidad. Pero el radicalismo de los años 30 en Francia, España o Portugal desapareció casi sin dejar rastro tras la II Guerra Mundial. 

Pensaba entonces en la soledad de este hombre, D. Félix, intentando defender la legitimidad democrática de una España que ya no existía. Defendiendo ideas de tolerancia y progreso para las que jamás se había creado sustrato alguno en el que pudieran alimentarse y crecer. Abogando por un enfoque racional de la crianza del ganado en un país de señoritos de derechas y de izquierdas que no se ensuciaban las botas. Un hombre íntegro cuyo único regalo oficial que aceptó en todo su ejercicio público fue un retrato de su esposa y cuyo sueldo político entregaba en secreto al Colegio de Huérfanos de Veterinarios. 

Y pensaba también en cuánto le hubiera gustado a Eisenhower haber estrechado la mano de D. Félix en lugar de tener que estrechársela al general Franco.

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