martes, 28 de enero de 2014

Que nadie se equivoque (II)

¿Se puede ser moral sin tener una agenda moral que respaldar con la complicidad de lo público (el Estado)?

En ocasiones el liberalismo se ha percibido como un páramo moral. Se ha caricaturizado su neutralidad ante determinados conflictos morales como una ausencia de principios. No es así.

Los liberales sabemos que solamente la voluntariedad crea la virtud. No existe una virtud impuesta. Por eso buscamos  las condiciones necesarias para que pueda desarrollarse la vida moral.

Ése es nuestro punto de contacto con el pensamiento conservador: la ley y las instituciones. A través de ellas queda garantizado el ejercicio de la libertad frente a tiranías varias (incluida la tiranía democrática de las mayorías).

En inglés se entiende mejor.

No que los liberales seamos conservadores influenciados por las ideas de la libertad  sino que mucho de nuestro liberalismo puede adjetivarse como moderado, clásico o reformista visto desde una perspectiva histórica. Porque hacemos valer la ley y las instituciones como garantes y vehículos para la libertad, allanando así el camino a la práctica individual de la virtud.



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