“Siempre hay mucho que
decir en favor de no intentar aquello que no podrá hacerse. Pero este principio
tiene sus excepciones” Winston Churchill.
Han transcurrido dos
meses desde la manifestación de la Diada. Creo que cada día que pasa parece más
difícil que Catalunya alcance una independencia clásica, por así decirlo. Europa
no está por la labor y tampoco hay una mayoría rotunda de catalanes independentistas.
¿A qué viene entonces
todo este clamor por la independencia?
Bueno, para muchas
fuerzas políticas es conveniente.
A CiU le permite
enmascarar su mala gestión y su conservador programa de futuro. A los restantes
partidos nacionalistas (ERC, IC-V y SI) les ayuda a convertir en voto útil (útil
para la independencia) lo que antes parecía un voto lunático. Por su parte,
Ciutadans y PP refuerzan su mensaje reactivo y articulan una campaña de
resistencia frente al cambio.
Ésas son las excepciones
de Churchill.
Ahora bien, aparte del
interés electoral de cada partido, ¿sirve de algo al ciudadano medio todo este
debate?
Creo que sí.
En primer lugar, es evidente
que ya no hay marcha atrás respecto al decadente “Estado de las Autonomías”. ¡Incluso
el PP habla ya de una nueva financiación para Catalunya!
En segundo lugar, la
nueva situación obliga a tomar partido a todos los catalanes. Las elecciones
autonómicas ya no son exclusivamente motivadoras para el electorado nacionalista
catalán, ahora también lo son para el electorado unionista español. Muchos
catalanes partidarios de la unión con España están comprendiendo claramente aquello
de “la política la haces o te la hacen”.
En tercer lugar, el debate
entorno al independentismo es un debate sobre nosotros mismos. ¿Somos una
sociedad cohesionada? El independentismo no puede ni soñar ser mayoritario si
no reconoce la diversidad de la sociedad catalana. Debe buscar elementos de
unión que atraviesen las barreras culturales y que vayan también más allá del
simple utilitarismo (“independientes viviremos mejor”).
Post scríptum: A todo
esto, ¿dónde está el PSC? En la peor situación posible, arrojando la toalla en
el primer asalto. No quiere entrar en el debate y se escuda en la palabra-talismán
“federalismo” para reunir entorno suyo un pretendido voto sensato, inteligente.
Lo del voto racional, de calidad, ya lo intentó D. Enrique Tierno con su PSP en
la España de los setenta y no cuajó. Su soberbia les puede convertir en
residuales.
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