miércoles, 2 de julio de 2014

Desde Rusia con amor

Aunque soy un pastor anglicano no es en el interior de ninguna Iglesia anglicana donde he pasado más horas. Si elaborase un ranking personal de servicios religiosos a los que he asistido, la Iglesia gitana se llevaría la palma. Me hace mucho bien participar en sus celebraciones y siempre que puedo asisto al culto.

He pasado muchas horas cantando, orando y escuchando predicar en algunas de las muchas capillas que la Iglesia de Filadelfia tiene en España. Admiro enormemente cómo han conseguido inculturizar el Evangelio dentro de la sociedad gitana. 

He leído y yo mismo he escrito bastantes páginas sobre el movimiento de avivamiento que inició Clement Le Cossec entre los gitanos franceses y que luego se extendió por todo el mundo. Estoy pensando en escribir más, a ver si encuentro el tiempo necesario.

El caso es que leyendo sobre los inicios del movimiento evangélico gitano he encontrado muchas vinculaciones con el anglicanismo (y aún más, ¡con la ortodoxia!).

Los predicadores que llevaron el Evangelio a un joven Le Cossec y que luego le educaron en la fe procedían de Inglaterra. Habían sido parte de las primeras hornadas de misioneros surgidos del movimiento de renovación liderado por el reverendo anglicano Alexander Boddy. 

¿Cómo había llegado el reverendo Boddy a la convicción que se necesitaba una renovación en el seno del cristianismo? Fue durante una visita al monasterio ortodoxo ruso de Solovetsky. 

Allí, al contemplar una pintura de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia, le sorprendió ver la gran multitud que aparecía pintada. Por muchos años los cuadros que en Occidente habían representado ese momento histórico tan sólo mostraban a los doce apóstoles y María. 

El reverendo Boddy abrió su Biblia y comprobó que efectivamente, en el libro de los Hechos, se narra como el Espíritu descendió sobre todos los creyentes, no sobre una élite directiva. 

Desde aquel momento Alexander Boddy consagró su vida a que los creyentes de a pie pudieran experimentar todas las riquezas de una vida guiada por el Espíritu, que no fuese un tesoro reservado a unos pocos enterados o privilegiados sino al alcance de todos los cristianos. 

No es difícil imaginar como un mensaje así pudo impactar dentro de un pueblo secularmente discriminado como lo ha sido el pueblo gitano.

Tampoco es difícil imaginar cómo me sigue impactando a mí cuando lo escucho predicar a ritmo de rumba en cualquiera de sus capillas. 

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