miércoles, 22 de septiembre de 2010

Abismos

Me impresiona la profundidad de la fe de Amado Nervo. Me uno a él cuando se siente abrumado por el regalo de un dolor transformador, aunque yo no me veo capaz de exclamar "¡No me lo quites!" Estoy pasando por una experiencia dolorosa y aleccionadora, y creo que no soy tan buen fajador.

Yo soy tan poca cosa, que ni un dolor merezco...
Mas tú, Padre, me hiciste merced de un gran dolor. 
Ha un año que lo sufro, y un año ya que crezco
por él en estatura espiritual, Señor.
¡Oh Dios, no me lo quites! Él es la sola puerta
de luz que yo vislumbro para llegar a Ti...

En lo que sí coincido plenamente con el poeta es en encontrar más fácilmente a Jesús en mi propio abismo que en la infinitud del espacio.

Jesús no vino del mundo de «los cielos».
Vino del propio fondo de las almas;
de donde anida el yo: de las regiones
internas del Espíritu.

¿Por qué buscarle encima de las nubes?
Las nubes no son el trono de los dioses.
¿Por qué buscarle en los candentes astros?
Llamas son como el sol que nos alumbra,
orbes, de gases inflamados... Llamas
nomás. ¿Por qué buscarle en los planetas?
Globos son como el nuestro, iluminados
por una estrella en cuyo torno giran.

Jesús vino de donde
vienen los pensamientos más profundos
y el más remoto instinto.
No descendió: emergió del océano
sin fin del subconsciente;
volvió a él, y ahí está, sereno y puro.
Era y es un eón. El que se adentra
osado en el abismo
sin playas de sí mismo,
con la luz del amor, ése le encuentra.

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