domingo, 20 de marzo de 2011

Clasicismo en el salón


Me considero una persona liberal. No solamente por talante y formación, sino principalmente por una elección consciente. Creo que la libertad debe ser la clave en las decisiones políticas, económicas y sociales.

Sin embargo, en un tema tan trascendente como es la religión, el liberalismo teológico no va conmigo. Me siento más ortodoxo que otra cosa, demasiado clásico para ser moderno.

En la Iglesia Anglicana de la que formo parte el liberalismo teológico tuvo su momento a finales del siglo XIX. Frente al conflicto entre evangélicos y anglocatólicos, los liberales parecían poseer la varita mágica del consenso. Opuestos a toda intransigencia, su apertura de mente les hacía perfectos instrumentos para mantener la unidad en la diversidad.

Pero ciento cincuenta años más tarde el liberalismo teológico ha abandonado sus virtudes conciliadoras. Su agenda es la de un radicalismo más, un nuevo polo igualmente partisano y pretencioso, celoso de sus nuevas certezas y acomodado en sus viejas dudas.

Se ha vuelto criticón, mirando por encima del hombro a quienes no se unen a su lobby; falto de liberalidad, sustituyendo su tradicional generosidad por esnobismo.

Decididamente no me sienta ese traje, aunque tenga más o menos querencia por lo que lleva escrito en su etiqueta. Decía John Locke que la coherencia es una virtud de las mentes pequeñas, así que yo prefiero expandir mi mente.

No creo en la necesidad de la coherencia semántica. Aún siendo liberal mi militancia religiosa no está en las filas del liberalismo teológico sino en el anglicanismo clásico.

Haciendo mías las palabras de C. S. Lewis, me siento un mero cristiano viviendo en el salón del anglicanismo ortodoxo.


 

2 comentarios:

  1. El actual arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, se encargó de argumentar coherentemente en contra de las simplezas del liberalismo teológico y en defensa del cristianismo histórico, en una polémica pública con el obispo Spong.

    Vale la pena leer la respetuosa a la vez que demoledora carta que le dirigio Williams a Spong en 1998:

    http://jmm.aaa.net.au/articles/13880.htm

    ResponderEliminar
  2. Nunca me he considerado un tradicionalista, pero estoy convencido de que cuando alguien proclama unas tesis como las de Spong no es consciente de que si lo que pretende es tender una mano a interlocutores poco dispuestos a reconocer la dignidad de la fe --no digo siquiera aceptarla-- no es consciente de que a ese lado no hay nadie, o casi nadie. Mucha gente de fe reconoce la dignidad del ateísmo; poca gente está por la labor del sentido opuesto, quizás Jürgen Habermas y Umberto Eco. Como máximo, a los cristianos se nos reconoce un testimonio en la acción social, pero a pesar de nuestra fe, no como consecuencia de ella. Es lo que hay. El mundo intelectual postmoderno está encantadísimo de haberse conocido y no tiene la menor intención de aproximarse a fe alguna; el propio monje budista Matthieu Ricard (ver El monje y el filósofo) a pesar de ser hijo del gran Jean François Revel y discípulo del Dalai Lama, es visto como una curiosidad, y eso que no hay teísmo ni cristianismo de por medio. La fe sigue siendo un escándalo también para las personas más "abiertas" cuando no están dispuestas a aceptar el menor resquicio para la trascendencia; sólo hay que leer a un tipo como Slavoj Zizek y echarse a temblar.

    ResponderEliminar